La casa está vacía. Llena de cajas con cosas que arrastro porque ya, prácticamente, no quedan fuerzas para arrastrar ni un alma. Sólo espero que esta sea mi última mudanza. Espero en la terminal, exultante por respirar tu aire de avalancha.
Desorden y dolor. También de cuerpo. Desde hace casi una semana duelen los alrededores de las prótesis de cadera. Fantasmas de carne y titanio. Casi no puedo hacer lo que no debería. Lo que ya no puedo. Lo que sigo intentando.
Ya no me someto al mundo. No necesito de su aprobación para mitigar ese vacío de forma mía. Y, a modo de declaración, traigo a colación el juicio de valor de un zopenco a sueldo de la editorial Planeta. Uno que tal vez aún hoy fiche en el portentoso edificio que el mencionado emporio ostenta sobre la Avenida Diagonal de Barcelona. Pobres.
El asunto ya fue mencionado en el texto inaugural de esta página web, dentro del apartado que lleva como título «El Rostro de Javier y Juan». Pueden ir hasta allí si lo desean. Los espero.
Hoy, escrito ya «el libro de The Cure» que oportunamente se me hubo reclamado, no movería ni un dedo para someterlo a una aprobación apócrifa. De cualquier modo, está mal escrito. Como yo. Total, además, no se entiende. Como yo no entiendo tantas pero tantas cosas. Enumeraré aquí debajo las cosas que sí comprendo: todo lo que habrá tras el punto final.
Evitaré comentarios que me confundan con un resentido. Resentido estoy en las inmediaciones de mis prótesis de cadera, de titanio ellas. A mí, desde hace un buen rato, me entran todas las balas. Disparen nomás.
El juicio del mundo me tiene sin cuidado. Acaso porque me esté retirando. La cuenta ya la he pagado. Sobremanera.